Adiós
Hace ya más de diez años que EL TIEMPO me propuso generosamente que escribiera una columna para responder a las inquietudes, preguntas, dudas y opiniones de los lectores sobre el español. Acepté hacerlo con algo de temor, porque durante mi vida de profesora he tenido contacto diario con estudiantes, pero siempre directo y personal. Era la primera vez que me avenía a hacer algo parecido desde un artículo de prensa, y supuse que se trataba de dos experiencias muy distintas.
No estaba equivocada. Son totalmente diferentes, pero ambas reconfortantes y llenas de interés. A lo largo de estos años he publicado cerca de 400 columnas de ‘Pida la palabra’ y cerca de 1.600 respuestas u opiniones a las cartas de los lectores. Sus mensajes me han enriquecido como filóloga y me han obligado a utilizar un lenguaje llano, distinto al de la cátedra. El interés que despertó esta columna llevó a la Editorial Aguilar a publicar en Colombia tres libros míos sobre cuestiones de lenguaje: Pida la palabra (2006), Caja de citas (2007) y Primeros auxilios para hablar bien español (2009).
También una sección de divulgación en la Revista Credencial.
Por estas y muchas otras razones reconozco la oportunidad que ha significado este pequeño rincón y agradezco, sobre todo, a los lectores por haberme estimulado siempre con sus mensajes, sus dudas y aun sus discrepancias, pues para todo dan los idiomas. Ahora, sin embargo, he adquirido compromisos de enseñanza que coparán mi tiempo y me obligan a dejar la columna que tantas veces intentó expresar mi cariño y respeto por nuestra lengua madre.
El espacio que ha ocupado ‘Pida la palabra’ seguirá dedicado a divulgar asuntos de lenguaje y revelar datos e información que no todos los lectores conocen. De ello se encargará el escritor y profesor Mario Jaramillo (autor de los relatos de ficción Vagabunderías, Bolas negras y Próxima estación, de una biografía del economista Esteban Jaramillo y de numerosos libros académicos). En su sección ‘Letra por letra’, Jaramillo abordará la historia de las palabras, las expresiones y los dichos así como hechos relacionados con la lengua y ciertos episodios literarios fascinantes.
No quiero despedirme sin dejar un último granito en homenaje a una de las palabras más empleadas y emocionantes del castellano. Es el vocablo con el que termino estos gratificantes años: adiós. Viene, como es fácil adivinar, de a Dios y lo curioso es que no siempre ha ocupado un espacio digno en los diccionarios. No figura ni en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias (1611) ni en el Diccionario de autoridades (1726). Tampoco aparece en el Breve diccionario etimológico de Juan Corominas (1961). Eso no significa que no se empleara, pues su uso está ampliamente documentado en el fichero de la Real Academia de la Lengua, donde se puede ver en tarjetas con las formas más variadas de la palabra: adyós (1424), adiós (desde 1511), a Dios (desde 1615), adiú (desde 1921: adiós informal), adió (desde 1928)…
Así pues, queridos lectores, llega el momento de decirles adyós, a Dios, adiú, adió o adiós. Fueron unos años estupendos de diálogo con ustedes, que terminan aquí.